Davina | Capítulo 10

5.3.16


Desperté por la mañana con el recuerdo de lo vivido aquella noche. Sin embargo, cambié rápidamente el rumbo de mis pensamientos al recordar por qué estaba allí. Salí de la tienda y encontré a Nise y a Nico fuera de las suyas también.

—¿Has dormido bien después del percance de anoche? —preguntó Nico.

—Sí ¿y vosotros?

—También —respondieron al unísono, riéndose después.

—¿Qué pasa con vosotros? —pregunté, aguantando la risa— ¿Ya os habéis reconciliado o es solo una tregua hasta que termine nuestro viaje?

—Digamos que —dijo Nise— me he dado cuenta de que él no es mi enemigo.

—¡Al fin! —exclamé, aplaudiendo a ambos por el gran paso que habían dado.

Los dos chicos se miraron con sorpresa y luego sonrieron. Me percaté de que, como muchas otras veces, Nise había cambiado su estatura. En ese momento no era ni muy alto ni parecía esa pequeña criatura que me había convencido para que le acompañara. Cada día me asombraba más la magia de este lugar y sus habitantes. ¡Tenía tantas preguntas! Pero algunas de ellas las resolvería con el Oráculo.

—Recojamos esto y pongámonos en marcha. Nos queda un largo camino hasta el Reino Polar… ¿no?

—Davina tiene razón —afirmó Nico—, deberíamos irnos.

Recogimos las tiendas, Nico las guardó en su bolsa y emprendimos de nuevo la marcha hacia el hogar del Oráculo.


—♦♦♦♦—


A mitad de camino, el nerviosismo se apoderó de mí. Durante todo ese tiempo había estado pensando en las preguntas que le haría al Oráculo, pero en ese preciso momento, cuando ya divisábamos el palacio que se erguía sobre una montaña helada –y donde se suponía que se encontraba la persona a la que buscábamos–, se me olvidaron todas y cada una de ellas.

Detuve mis pasos en seco y ambos se giraron al oír lo estrepitoso de mi acción.

—¿Ocurre algo, Davina? —preguntó Nico.

—De repente… he olvidado todas las preguntas que tenía para el Oráculo.

—Oh, por eso no te preocupes, cuando estemos ante su presencia no tendrás ningún problema en recordarlas.

Tras guiñarme el ojo, volvió a girar para caminar ante nosotros. Nise mantuvo fija su mirada sobre mí y solo cuando empecé de nuevo a andar, miró al frente y caminó a mi lado. Nos separaban un gran trecho de Nico, pero ninguno de los dos dijo nada. No al menos durante los primeros metros.

—Yo… —dijimos al unísono.

—Habla tú primero.

—Solo quería agradecerte por venir a saber cómo estaba anoche…

—Era lo menos que podía hacer, Davina. Ya sabes… —Se frotó la nuca con la mano izquierda mientras bajaba la mirada.

Yo solo sonreí.

—Sí, sí —asentí—. No te perdonarías que me pasara algo.

—¡Que lo digo en serio! —Bajó la mano tan rápido que rozó mi brazo con más brusquedad de la que, supuse, pretendía— Siempre lo he dicho en serio.

—Y yo no he dicho lo contrario… —aseguré.

—Pero lo dijiste con retintín, o eso me pareció…

—Pues te lo imaginaste. ¿Cómo iba a hacer yo eso? Con lo mucho que yo te aprecio… —Golpeé su brazo.

—¡Eh! Que eso duele… —se quejó, sin razón alguna porque no le di demasiado fuerte.

—No seas quejica, anda.

Pasé mi brazo por sus hombros y noté que su cuerpo quedaba petrificado ante mi gesto amistoso. Rápidamente me aparté y, con la mirada clavada en el suelo, continué mi camino hacia delante. Por desgracia para mí, no vi que Nico se detuvo, por lo que me choqué con su espalda en mi intento por huir de Nise.

—¡Auch! —me quejé.

—Eso te pasa por no mirar por dónde andas.

Pero no era Nico quien se encontraba parado en medio del helado paraje que se extendía ante nosotros, sino que se trataba de una especie de monje budista que en ese momento me miraba con el ceño fruncido.

—Lo siento… —Aunque mis disculpas eran sinceras, no podía dejar de reírme por mi idea equivocada de encontrarme ante Nico.

—No es para tanto, mujer, pero tampoco es para reírse…

—Lo sé, y lo siento de nuevo, pero es que pensé que serías otra persona.

—Está bien, está bien —Y se marchó sin dejar que yo volviera a dirigirle la palabra.

Cuando me giré, Nico y Nise estaban observándome con una expresión demasiado graciosa como para no pensar que estaban conteniendo sus risas.

—Adelante, ¡reíros!

Ambos estallaron en carcajadas sin importarles que los que pasaban a nuestro alrededor se quedaran mirando. Fue entonces cuando me percaté de que estábamos en el Reino Polar. Empecé a tener frío solo de saber que ya habíamos llegado. Observé el cielo despejado y el sol que se reflejaba en la nieve que había bajo mis pies y sobre los tejados de las pequeñas casas que nos rodeaban.

—¿Quién era ese? —Sabía que no se trataba de un monje budista, allí ese lugar no existía.

—Cuidado, Davina, es un monje de la Orden —respondió Nico.

—¿La Orden? ¿Orden de qué? ¿O es que es solo la “Orden”? —pregunté.

—La Orden del Oráculo —intervino Nise.

Mi expresión de sorpresa debió ser graciosa, porque ambos volvieron a reírse de mí.

—No te preocupes, Davina —Intentó tranquilizarme Nise—. Todos los monjes de la Orden se caracterizan por ser humildes, amables y empatizar con el prójimo. No va a hacer nada en tu contra, no puede ni aunque quisiera…

Suspiré de alivio al conocer ese pequeño detalle sobre los monjes. Aunque sabía que el Oráculo no podría negarse a verme sin un motivo de peso, había temido que por culpa de aquel incidente no pudiera obtener respuesta a mis preguntas.

—Vamos, tenemos que conseguir una audiencia lo más pronto posible. Aunque no lo creas, el Oráculo tiene lista de espera hasta de dos años… —apremió Nico.

—¿¡Dos años!? —exclamé, sin poder creerlo— Me estarás tomando el pelo ¿no?

—No —respondió Nico—, te estoy hablando completamente en serio. Hay gente que ha muerto sin poder verle.

—¡Qué horror! Yo pensé que…

—Tranquila, Davina —Apresuró a decir Nise—, el Oráculo sabe que tienes prisa y seguro que te recibe antes que a otros… Puede sonar cruel, pero él sabe cuáles de sus visitas son prioritarias e importantes y cuáles no.

Al oír aquello me sentí fatal por todas aquellas personas que tenían su turno y llevaban ya su tiempo esperando. ¿Cómo podría mirarles si el Oráculo me permitía verle antes que a ellos?

Seguramente, no podría.


—♦♦♦♦—


En el interior del palacio del Oráculo, tuvimos que esperar una larga cola hasta que nos atendió uno de los monjes de la Orden. Cuando solo quedaban tres personas, el pánico se adentró en mi cuerpo al descubrir que aquel monje era el mismo con el que tropecé anteriormente.

—Oh, Dios —Suspiré.

—¿Qué pasa? —preguntó preocupado Nise.

—Es él…

—Tranquila, no va a pasar nada.

Acarició lentamente mis hombros en un intento por tranquilizarme. Pero más que eso, lo que hizo fue ponerme mucho más nerviosa. Siempre que se mostraba así conmigo, los nervios me asaltaban de una forma insospechada. A pesar de su extravagante apariencia, algo había en él que llamaba mi atención.

—¡Siguiente! —Oí decir al monje de forma lejana.

—Necesito ver al Oráculo para saber si…

Mis pensamientos volvieron a alejarme de la realidad antes de poder terminar de escuchar la frase de quien se encontraba delante de mí. Ni siquiera me percaté de que la cola había avanzado y que la siguiente sería yo. Sentí la respiración de Nise en mi cuello y eso hizo que mi corazón se sobresaltara y que me sintiera perdida por unos instantes.

Aunque aquel no fuera el momento ni el lugar adecuados.

—¡Siguiente! —Volvió a exclamar el monje.

Sentí un empujón tras de mí y avancé, un poco más consciente de que ya era mi turno.

—Buenas… Venimos a ver al Oráculo porque…

Pero hablar a trompicones parecía no ayudar demasiado, por lo que Nico se colocó a mi lado y se apresuró a añadir, para echarme una mano:

—Es la elegida, viene de otra dimensión para salvar este.

—¿Y esperas que me lo crea? —¿Y se supone que era uno de esos monjes que empatizaban con los demás y que eran humildes? ¡Si parecía que nos estaba vacilando en toda nuestra cara!

—¿Podrías decirle que soy Davina, por favor? —sugerí.

Por lo que vi, Nico iba a añadir algo más, pero algo más allá de mí le hizo cerrar la boca. Supuse que sería Nise quien lo hizo.

—Está bien, Davina. Toma esta pulsera, cuando se ilumine y muestre un color azulado, será tu turno y tendrás que presentarte de inmediato en el salón del Oráculo. No te alejes mucho —Y me guiñó un ojo.

En ese momento sí que no entendí nada. Primero, no creía que yo fuera la elegida, y después me regalaba un guiño así porque sí. Le hubiera preguntado el motivo de su gesto de no ser porque nos despachó con un simple “¡Siguiente!”, como había estado haciendo con el resto de gente.

Nos alejamos hacia un rincón lleno de sillones en el que ya había varias personas con las mismas pulseras que yo. Aún no me la había puesto, pero esperaba poder hacerlo en cuanto todos tomáramos asiento. Cuando lo hicimos, pedí a Nise que lo hiciera. El roce de sus manos, también ligeramente distintas a las mías, provocó un cosquilleo en mi muñeca que se fue desplazando por el resto del cuerpo hasta llegar a mi espalda. Reprimí un escalofrío para no preocuparlos, ni siquiera para que Nico pudiera darse cuenta de lo que pudiera llegar a sentir en presencia de mi protector.

Observé la pulsera con detenimiento, pues sabía que algo de tiempo tendría antes de que empezara a brillar. Parecía ser de plata, con algunos colgantes que parecían representar la cultura de aquel reino. Lo primero que llamó mi atención fue lo que parecía ser un monje, pero distinto a todos los que había visto hasta el momento. Quizá se tratara del Oráculo, aunque eso solo podría asegurarlo cuando lo viera. Después también vi la representación de un copo de nieve, un iglú y lo que parecía ser un oso (o lo que yo llamaría oso en mi mundo). Era una pulsera muy bonita que esperaba poder quedarme. No sabía cuáles eran las reglas del Oráculo, pero al menos quería un recuerdo de todo lo que estaba por vivir.


—♦♦♦♦—


Pasaron varias horas y el lugar se fue despejando, quedando solo nosotros tres en la zona de los sillones y, en definitiva, en toda la sala. No sabía exactamente si había anochecido ya ni el tiempo que pasó, pero empezaba a cansarme. Apoyé la cabeza sobre el hombro de Nise, pues aún no había menguado su tamaño. Y aunque aquello me preocupó un poco por lo que me contó al comienzo del viaje, no le dije nada. Supuse que él sabía lo que hacía, y ni siquiera estaba segura del tiempo que podía permanecer en cualquiera de los tamaños, ni si influía el lugar donde se encontrara. ¿Podría ser esa una de las preguntas aptas para que me respondiera el Oráculo? Pasó su brazo por mis hombros y me acercó más a él, como si quisiera asegurarse de que estaba cómoda en esa posición.

No me importó en absoluto lo que Nico pudiera pensar de mí o de nuestra extraña relación. De hecho, tampoco dijo nada, tal vez por no estropear aquel momento, por no sembrar la incomodidad entre nosotros o porque se había quedado dormido. Giré un poco la cabeza para comprobarlo y, efectivamente, lo estaba. Me incorporé un poco para mirar a Nise, aunque no sabía qué podría decirle. Y ya que lo había hecho, él se preguntaría por qué había abandonado esa comodidad.

O tal vez no.

—¿Te molesto con la cabeza en tu hombro? —pregunté entre susurros.

—No, de hecho… —Pero se detuvo y no parecía querer continuar.

—¿Qué pasa?

—Nada, no es nada. Bueno… Me gusta que estés así, no sé. Me agrada.

Sonreí al saberlo y mi corazón también lo hizo a su modo. Estando así con él me parecía tan lejano mi mundo y todo lo que había dejado en él que creía que todo eso solo había sido un sueño y que mi mundo era realmente ese en el que me encontraba. Aunque fuera exactamente al revés.

Empecé a sopesar la posibilidad de quedarme allí, si es que no suponía ningún inconveniente para nadie. Sin embargo, suponía que no sería posible.

—Davina… —Oí que me llamaba.

Le miré y tragué saliva. Estábamos tan cerca que mis pulsaciones aumentaron.

—Bobb…

—Nunca me cansaré de oírte decir mi nombre. Creo que a partir de ahora me gustará mucho más llamarme Bobbeley.

Sonreí y bajé la mirada, un poco avergonzada por el efecto que había producido pronunciar su nombre. Pero me alegraba mucho saber que era así.

—Supongo que tendré que dejar de llamarte Nise, ¿no? Ahora que encontré una buena forma de no equivocarme con tu nombre, creo que ya es hora.

—Como quieras, llámame como te resulte mejor. Como si un día quieres llamarme Nise y al otro Bobb.

—Está bien —Reí y pronto me vi acompañada de la suya.

Cuando ambos nos callamos, la cercanía era mucho mayor. Nos miramos a los ojos y todo a nuestro alrededor pareció detenerse para que solo pudiéramos tener constancia el uno del otro. Ni siquiera la presencia cercana de Nico era importante en ese momento.

—Davina, ¿te he dicho alguna vez lo hermosa que eres? —susurró cerca de mis labios, mientras su mirada alternaba entre mi boca y mis ojos.

—No lo sé —Volví a tragar saliva.

Bobb alzó mi barbilla con la clara intención de besarme y mis nervios empezaron a hacerme cosquillas en el vientre. ¿O era lo que sentía cada vez que me miraba de esa forma? ¿Lo que sentía cada vez que me tocaba? Cerré los ojos cuando sentí su aliento sobre mis labios y esperé a que el beso comenzara.

Pero no empezó.

—Chicos… —La voz de Nico me sobresaltó e hizo que abriera los ojos de repente. Bobb y yo nos apartamos bruscamente ante la llamada del paje.

—¿Qué? —respondimos al unísono, con los nervios a flor de piel.

—La pulsera… —empezó a decir él.

Mis ojos se fueron hacia la pulsera, que emitía una luz muy brillante que no había sido capaz de captar hasta ese momento. No hizo falta que Nico continuara hablando.

—¡Vamos! —Y tras decirlo, me levanté del sillón y esperé a que mis acompañantes hicieran lo mismo.

Un monje de la Orden apareció tras una puerta, indicándome que le siguiera.

—¿Ellos pueden venir? —pregunté, para asegurarme y no cometer ningún error.

El monje solo asintió. Los tres entramos por la puerta y le seguimos por un largo pasillo que estaba iluminado con antorchas. Avanzaron a través del pasillo mientras cada uno pensábamos en nuestras cosas. Intenté poner en orden mis ideas y todas las dudas que tenía para que, a la hora de la verdad, la oportunidad no pudiera escaparse de mis manos.

Cuando alcanzamos la gran puerta, el monje se detuvo y abrió las dos piezas de madera, mostrándonos un gran salón que se extendía a lo largo y ancho. Al otro lado, un hombre era conducido por otro monje hacia lo que creí que sería la salida, mientras otros monjes rondaban alrededor del Oráculo. Este se encontraba sobre una especie de sillón en lo alto de un altar al que se podía acceder por medio de escaleras. El monje que nos acompañó a nosotros, entonces, me dirigió la palabra.

—Sube las escaleras y encuéntrate con él en la cima. Lo que tenéis que hablar no es algo que pueda oír cualquiera —Luego giró su cabeza hacia Nise—. En cuanto termine con ella, te espera a ti, así que espera cerca de las escaleras.

Y sin decir ni una palabra más, me acompañó hacia las escaleras. Mientras las subía, las imágenes de lo ocurrido anteriormente me acecharon. Después recordé que, al parecer, Bobb también tenía una cita con el Oráculo y me pregunté qué sería lo que tendría que preguntarle. No se me ocurrió contar las escaleras, pero me bastaba con observar que aún me quedaban bastantes para llegar arriba.

Me detuve a mitad de camino y miré hacia abajo, donde se encontraba Nise sentado. Parecía intercambiar unas palabras con Nico, pero no estaba segura porque desde aquella distancia no lograba distinguir que movieran los labios. Continué ascendiendo sumergida en mis pensamientos, pero con las preguntas que quería hacer bien claras en mi mente.

—Bienvenida al Reino Polar, Davina, viajera entre dimensiones —dijo el Oráculo en cuanto llegué arriba.

—Muchas gracias.

—Tienes un mínimo de una pregunta y un máximo de diez para hacerme. No es necesario que cubras todas las preguntas en esta visita, sino que puedes formular ahora las más importantes y dejar el resto para tu regreso. Sé que no tienes tiempo que perder en tu misión y no quiero que lo malgastes aquí para resolver tus dudas. Aunque sea también algo importante —explicó—. Mi nombre es Andräes.

Durante unos segundos permanecí pensativa. Aquella aclaración me había puesto en un aprieto.

—Bien —dije más para mí misma que para el Oráculo—, tengo una duda que quizá me puedan resolver, pero realmente no he sido capaz aún de formular la pregunta. Espero que no sea una molestia preguntar, pero ¿qué es realmente Bobb?

Miré de reojo hacia la escalera que tenía detrás evitando señalar hacia donde se encontraban Nise y Nico.

—Bobb Gary forma parte de una especie que habita en el Reino de los Tres Reyes. Concretamente, es un Antrass, un ser de la tierra. Su piel verduzca indica que nacieron de ella y que cuando mueran, volverán al sitio del que vinieron. Son capaces de realizar magia de sanación tanto para humanos como para plantas y otros seres de alma pura, pero también pueden aprender ciertos hechizos dependiendo del poder que oculten en su interior. Generalmente, no suelen ser tal y como parecen.

Cuando dejó de hablar estaba tan maravillada que no supe cuál sería mi siguiente pregunta. ¿Bobb un Antrass, un ser de la tierra? Aunque no sabía por qué me extrañaba, todo apuntaba a que, por ejemplo, no sería un ser de aire. Inspiré hondo mientras venía a mi mente la siguiente pregunta.

—¿En qué consiste exactamente mi misión?

Durante unos segundos, Andräes permaneció en silencio.

—Generalmente, salvo los de este reino y el de los Tres Reyes, permanecen aisladas todas las criaturas que habitan el resto de reinos. En este mismo palacio hay una sala aislada con seis puertas. En ella, solo los autorizados podrán entrar y salir por ellas sin sufrir daños permanentes totales o parciales. No todos tienen el permiso conveniente para acceder a cada reino y, aun así, siempre hay alguien que se escapa e intenta saltarse la prohibición.

»Una criatura ha escapado del reino del terror y está sembrando el caos en el resto de los reinos. Tu misión es encontrarla y devolverla a la puerta de la que nunca debió salir. No te preocupes, todas ellas tienen un letrero que identifica a qué reino pertenecen.

—¿Y cómo podré identificar a la criatura? —pregunté preocupada.

—La pulsera que te han dado es ligeramente distinta a las que portan otros que vienen a visitarme —La miré mientras él seguía hablando—. Acaba de avisarte de tu turno, pero también tiene otra función: se pondrá roja cada vez que estés en peligro y cambiará su color a amarillo si la bestia que buscas está cerca de ti. Como ves, es un accesorio que no deberías perder de vista. Tus amigos también recibirán una antes de que os marchéis de esta sala.

Con cada pregunta que respondía, más maravillada estaba. No había conocido nunca a un Oráculo y, para todo lo que había leído, y las pocas veces que había visto a uno en los libros, me había llevado una grata sorpresa. Sus respuestas solían ser un poco más escuetas.

—Creo que eso es todo. Gracias, Andräes.

—Vuelve cuando quieras, la próxima vez no tendrás que esperar para recibir tus respuestas. Y tal vez sepas entonces por qué fuiste elegida para esta misión. Que la fortuna esté siempre de tu parte y no al lado de tus enemigos.

Bajé la cabeza como símbolo de respeto –aunque no sabía cuál sería el adecuado para el Oráculo– y me giré para comenzar el descenso.

—Espera un momento, Davina —Me detuvo Andräes. Cuando de nuevo me encontraba de frente a él, volvió a hablar—. No dudes nunca del amor, si es puro, puede ser más poderoso que cualquier hechizo, herida o incluso que la propia muerte. Tenlo en cuenta.

Y por primera vez desde que lo vi, sonrió. Eso me indicó que ya era hora de pasarle el turno a Bobb y esperar yo abajo con Nico. Por suerte, tendría tiempo para prepararme, lo peor estaba aún por llegar. Saber que me tocaba enfrentarme a un monstruo del que apenas sabía nada me ponía el vello de punta.

Por el camino encontré a Bobb, que me dedicó una sonrisa mientras seguía subiendo las escaleras. ¿Cuáles serían sus preguntas? ¿Y desde cuándo estaría esperando por su turno? Aunque por otro lado, no vi en todo ese tiempo que también tuviera una pulsera.

Al llegar abajo, vi a otro de los monjes despedirse de Nico. Cuando me fijé en sus muñecas, vi que le habían otorgado una pulsera idéntica a la mía. «Qué rápidos son estos monjes», pensé.

—¿Qué tal ha ido, Davina? —Nico parecía interesado en saber mucho más de lo que aparentaba con aquella pregunta.

—Es mejor de lo que pensaba —Sonreí.

El silencio se apoderó de nuestro alrededor, por supuesto, lo que decía el Oráculo no se oía desde nuestra posición.

—Oye y… —Nico pareció dudar— ¿Bobb y tú estuvisteis a punto de besaros?

—¿Cuándo? —Me apresuré a preguntar, como si no supiera a qué se refería.

—Antes, cuando yo os interrumpí. Te prometo que estaba durmiendo, pero el brillo de la pulsera me despertó y entonces os vi tan juntos…

—No nos besamos.

—Pero casi sucede, ¿verdad? —insistió.

—¿Y tú por qué lo quieres saber?

—Porque es obvio que sentís algo. ¿O me lo vas a negar?

—Pareces una maruja, Nico —Reí.

—¿Qué son las marujas?

La mueca que mostró me hizo reír aún más.

—En mi mundo, son señoras que quieren meterse en la vida de los demás, sobre todo en la sentimental.

—Ah… ¡Vaya! Lo siento si te he incomodado… —Parecía avergonzado.

—No te preocupes, solo bromeaba —aclaré.

—Pero… no me has respondido: ¿Sientes algo por Bobb? —insistió de nuevo.

—Prométeme que no le dirás nada a él —Nico asintió—. Creo que me estoy enamorando de él…

—¡Lo sabía! —exclamó, con una alegría que no parecía fingida.

Y pensar que antes intentó algo conmigo… ¡No me podía creer que hubiera reaccionado así! Pero no debía olvidar que Laura aún seguía en su vida.

—¿Qué es lo que sabías, Nicolás?

La voz de Bobb me sobresaltó.

—Has bajado muy rápido, ¿no? —dije yo, mostrando una sonrisa.

Él me dirigió una mirada acompañada de una sonrisa. Yo se la devolví y sentí que mis mejillas empezaban a arder sin motivo. O al menos, sin ser el mejor momento para ello.

—Sí, todo ha sido muy rápido hasta para mí —respondió, y después volvió a fijar su mirada sobre Nico—. ¿Me vas a responder a la pregunta?

—Pues… Solo…

—Él sabía —interrumpí yo, para ayudarle. Aunque lo que dije a continuación era mentira— que el Oráculo era mejor de lo que seguramente yo pensaba. Acertó, sin duda. Debió decírmelo antes de subir para no llevarme la sorpresa.

Bobb frunció el ceño mientras sus ojos volvían a centrarse en mí. Esos ojos que tanto me gustaba mirar… «¡BASTA! —me dije a mí misma— No puedes pensar en eso ahora mismo. ¡Hay prioridades!»

—Si me crees bien y sino también. Ahora debemos irnos, os explicaré por el camino.

Tras hablar, empecé a andar tras ver la señal que me hacía el monje con el que me había tropezado antes de llegar al palacio.

—Mi nombre es Pyro —El monje se presentó de manera seria— y he sido designado para guiaros hacia la sala de las puertas.

—Encantada. Y de nuevo, siento lo de antes… —Coloqué todo mi pelo hacia el lado derecho y giré la cabeza para buscar con la mirada a mis acompañantes.

—No tiene nada que sentir, así que no insista. Los monjes de la Orden no guardamos rencor a ninguna criatura del mundo, por lo que, de verdad, no tiene nada por lo que disculparse. Entiendo que fue una equivocación y que no era consciente de que yo estaba allí.

—Muchas gracias, Pyro.

—Y ahora, si no hay nada más que añadir, os conduciré hasta la sala de las puertas —concluyó el monje.

Avanzamos a través de un nuevo pasillo, un poco más ancho que el que conducía al salón del Oráculo, que contenía varias puertas. No supe que escondería cada una de ellas, pero tampoco me preocupé por averiguarlo. Ya tendría suficiente con elegir correctamente por cuál comenzar a la hora de buscar a esa temible criatura.

Llegamos finalmente a una pequeña puerta que era de mi misma estatura. Pyro se detuvo ante ella y se giró para mirarnos.

—¿Estáis seguros de que queréis hacerlo? —Nos miró intensamente, sobre todo a mí.

—Estoy completamente segura —respondí, devolviéndole la mirada.

—Nosotros también —asintieron mis compañeros.

Nos dimos las manos y las levantamos en señal de apoyo mutuo. Pyro asintió y se giró hacia la puerta para abrirla con una llave que no conseguí ver, pero sí la oí al girarla. Abrió la puerta y volvió de nuevo a girarse para mirarnos por última vez.

—Hasta aquí llegué, no puedo dar ni un paso más, no estoy autorizado a pasar. Que la fortuna esté con vosotros, y no de parte de vuestros enemigos.

Bajó la cabeza y esperó a que entráramos. Cuando los tres lo hicimos, oí que la puerta se cerraba a nuestras espaldas.

—Muy bien —dije yo—, ya estamos aquí. ¿Por dónde empezamos?

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